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3/09/2008

Día de la Mujer

Mujeres libres en la prisión
Celebran el Día de la Mujer las internas del penal meridano


Siete de la mañana. Es la hora en que pasan lista. Anoche, las mujeres soñaron con pájaros y otras utopías de la libertad.

Hoy, las convictas del penal celebran el Día de la Mujer con una realidad diferente a la de otras mujeres, pero les apasionan las mismas cosas de antes: comer chocolates, teñirse el cabello, limarse las uñas, vestir ropa moderna... pintar, escribir, cantar...

“He ganado peso pero no soy gorda. Me desagrada la falta de un espejo... No quiero ser gorda”, escribe Leydi Tamayo.

Gracias a un taller literario y a un libro que reunió los relatos de las mujeres del penal es posible conocer sus historias personales y ubicarlas en el grupo vulnerable al que pertenecen, donde viven el temor de ser olvidadas.

La coordinadora del taller y compiladora del libro “Memorias de mujeres en prisión”, la escritora Verónica García Rodríguez, habla de los mitos alrededor de las reclusas y de lo que aprendió al convivir con ellas: “Pude darme cuenta de la falsedad de los clichés en torno a las presas. Se les cree agresivas, sucias... pero trabajan desde prisión para mantener los gastos de su proceso legal, a los hijos que se quedaron encomendados con la abuela y, muchas veces, hasta para ayudar al marido interno en el área de hombres.

“Definitivamente, lo que aprendí de ellas, entre otras cosas, es que la libertad se encuentra en el interior de cada una de nosotras. La cárcel física es una circunstancia que a veces no queremos ver, pero que está latente para cualquiera, sin necesidad de ser un delincuente. Sólo basta, por ejemplo, chocar un auto que no podamos pagar de inmediato para entrar en la cárcel...”.

Verónica y las personas que colaboraron en el taller encontraron que “las preocupaciones, vicios y pasiones de las mujeres son las mismas dentro o fuera de prisión”. “La diferencia es que la experiencia del encierro permite ver la importancia de objetos o situaciones que parecen insignificantes en la vida cotidiana y no nos ponemos a pensar en su ausencia”, dice la escritora.

En el penal, por medidas de seguridad, los cubiertos y vasos que se utilizan son de plástico.

“Zindy Abreu me contó del día que la dejaron salir a leer su cuento —ganó un concurso nacional— en la cena del Día Nacional del Libro, en 2005. Sintió sed y un mesero del restaurante le llevó un vaso con agua; me dijo: 'No imaginas la emoción que sentí al beber en un vaso de cristal; después de siete años, no lo quería soltar'”.

La coordinadora del taller literario dice que las mujeres en prisión expresan diferencias del resto de su género y eso se observa en lo que escriben. “Al ser acusadas y entrar a un proceso penal, independientemente de la sentencia física, la sentencia que la sociedad les impone es tan fuerte que las acompañará toda su vida, a ellas y a sus hijos, aun cuando sean declaradas inocentes; pero estas diferencias se notan únicamente cuando los temas que se abordan reflejan el contexto de la prisión”. Verónica García indica que el taller literario nunca tuvo un “objetivo mesiánico, pero tampoco podemos decir que no influye en su proceso de readaptación. “El sistema de tratamiento para la readaptación es un proceso muy complejo... No sé si, a través de esto, ahora son mejores mujeres, pero Zindy Abreu descubrió su vocación literaria, Patricia Hernández eliminó las voces de su esquizofrenia escribiendo, Leydi Tamayo descubrió su pasión por la lectura y la escritura de una manera frenética, Socorro Cab encontró la seguridad para contar sus historias, y así podría seguir enumerando”.

A partir del taller literario, las mujeres del reclusorio comenzaron a hacer “fila” para la novela Vagabunda, de Luis Spota, que está en lista de espera.... Una chica que sólo tiene memoria inmediata por su adicción a las drogas comenzó a leer los libros de la Sala de Lectura del penal y a copiarlos íntegros, a mano. Cuando cierran sus celdas y apagan las luces, las internas tratan de vencer la oscuridad para seguir escribiendo, y cuando se les acaba la tinta, pegan de gritos a través de la puerta de su celda: “¡¿Alguien tiene una pluma?!” Y las custodias van al rescate. “Podemos presumir que en el Cereso tenemos una población 70 por ciento lectora, es verdaderamente trabajo en equipo”, dice Verónica García.

“Mucho han ayudado la psicóloga Karina Pérez Ramos, el director del Cereso, que se fue involucrando cada vez más y apoya actividades culturales en la institución; los subdirectores, el coordinador, las custodias, que ahora también leen... Es una gran satisfacción llegar y ver a uno de los vigilantes con un libro de Oscar Wilde...”.— Patricia Garma

Fuente: Diario de Yucatán

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